
Por Nemo
La Real Academia de Especies en Peligro de Extinción (RAEPE) ha emitido una alerta: según estudios recientes las personas cursis están a punto de desaparecer.
Hubo una época — antes del surgimiento de Facebook o WhatsApp — en que la tierra estuvo poblada por gente cursi. La familia, la escuela y la comunidad contribuían a su desarrollo. Los padres inculcaban el regalo de flores y el envío de postales como buenas costumbres. Niños y niñas aprendían de sus maestros que las cartas empezaban con la sabida espera de que «al recibo de la presente te encuentres bien». En el vecindario, cualquiera tenía casetes de música de José José y Orlando Contreras; o un poemario del clásico de clásicos José Ángel Buesa. De ahí que fuera sencillo pasar por la vida de alguien «sin saber que pasaste»; o sentirse condenado a muerte «porque muerto en vida estoy».
En la adolescencia, lecturas tempranas enseñaban que el pelo negro siempre se comparaba con el ébano o con el azabache; los ojos eran luceros y a las personas bonitas se les comparaba con los ángeles porque «han caído del cielo».
Lo cursi se convirtió en una completa de gestos, palabras y algo más. El regalo de una rosa iba entonces acompañado de: «Una flor para otra flor». La indagación necesaria para saber si una muchacha estaba comprometida repetía un mismo patrón: «Te acompañaría, pero seguro tu novio se pone celoso»; «¿Y qué dice tu esposo de eso?»; siempre a la espera de un: «No, soy soltera», aunque más de uno recibió respuestas que le hacían frente a esta práctica.
En este mismo sentido, bajar la luna y las estrellas constituía sinónimo de esfuerzo sobrehumano con aras de conquistar sentimientos ajenos. Poner fin a una llamada telefónica, iba acompañado del clásico diálogo: «Dale, cuelga tú»; «No, no, hazlo tú»; «Bueno, los dos al mismo tiempo; uno, dos…»; «¡Me mentiste! ¡No colgaste!».
Sin embargo, esa situación cambió. Los cursis fueron desapareciendo. La vida moderna, la necesidad de lo alternativo, las redes sociales, las nuevas generaciones más rebeldes o la proliferación del reguetón a nivel mundial, hizo que cada vez fuesen menos comunes determinadas cursilerías.
¿Cómo identificas hoy a alguien cursi?
Mueren de amor; nunca encuentran las palabras para decirte todo lo que sienten por ti; en lo primero que piensan cuando deben pedir un deseo es en ti; quieren patentar tus besos para que nadie los robe; creían saber lo que era sentirse enamorado pero entonces te conocieron y se dieron cuenta de que «esto sí es amor verdadero»; no suelen sentirse solos porque «siempre están junto a ti».
Jamás el amor que sientes por alguien cursi superará sus sentimientos. Y es fácil demostrarlo, al menos a nivel discursivo. Cada vez que le digas: «Te amo mucho», recibirás como respuesta: «Pero yo te amo más».
Por eso, si tienes cerca a una persona con estas cualidades, siéntete afortunado. Ellos están a punto de desaparecer y tienes la posibilidad de conservar a tu lado a uno de los últimos de su especie. No critiques sus frases o lugares comunes; dile lo mucho que te gustan sus cursilerías; esfuérzate por, de vez en cuando, corresponderle; sorpréndelo un día tarareando una canción de Ricardo Arjona o dramatizando uno de los duelos del dúo Pimpinela.
Pon atención a cada detalle y deja que se realizase, así estarás prestando un servicio invaluable a toda la humanidad. De hecho, aun cuando sea muy obvia su estrategia, síguele el juego.
Si tu pareja te lanza un:
— ¿Recuerdas aquel día en que te dije que aunque pasara el tiempo, yo te seguiría amando con la misma intensidad que aquella primera vez? Pues te mentí…
Sabiendo de antemano al espécimen que tienes al lado, por cara de inocente y simula desconcierto:
— Ah, sí, ¿me mentiste?, ¿y por qué?
Gracias a tu gentil frase, escucharás cómo despliega su «talentosa» y «nada predecible» artillería, con una frase que retumbará en tus oídos:
— Porque ahora… te amo más.