Llegó tarde a las nuevas tecnologías. A mediados del 2011 fue que tuvo la osadía de abrirse una cuenta en Facebook. Siempre él había criticado a todos sus amigos que pasaban horas en el chat, perdiendo el tiempo, como solía recriminarles. Sin embargo, Fabeook le cambió su vida. Rápidamente empezó a reencontrase con amigos con los que no coincidía desde el pre y otros que después de graduado, a penas había visto.
A medida que aumentaba su lista de amigos, crecían sus ganas de hacer más y más. Fue por eso que entró a Twitter y empezó a seguir a conocidos y desconocidos, a populares y a insignificantes, hasta que empezó a incrementarse su lista de seguidores. Por aquellos días salió Google + y también entró. Su única obsesión era conocer más y más personas, intercambiar con ellos, hacerles preguntas, darles consejos. Incluso empezó a enamorarse de dos o tres ciber-chicas que hacían comentarios calientes por el chat.
En eso se le iba la jornada de trabajo. Ya no conversaba con sus compañeros de trabajo después del almuerzo, a penas usaba el teléfono y la cantidad de trabajo pendiente se incrementaba en su computadora. Incluso pasaba por su trabajo los sábados y los domingos para revisar todos los correos, buzones y recaderos digitales que tenía en todas las redes sociales a las que pertenecía. Mientras se transportaba de su casa al trabajo twitteaba desde el móvil y no dejaba de pasar varios sms. Abrió uno, dos, siete blogs… hasta que un día se dio cuenta que estaba enfermo.
Fue al médico muy preocupado. El diagnóstico fue sencillo: dependencia extrema a las nuevas tecnologías. La receta del doctor no implicaba tabletas ni inyecciones. Debía estar un día a la semana sin acceso a las nuevas tecnologías y poco a poco disminuir la frecuencia con que asiduamente se conectaba.
Dispuesto a superar su adicción escogió los martes. Pidió permiso en el trabajo alegando que una vez por semana tendría consulta. Llegó por fin el primer martes, dejó el móvil en casa y salió a caminar bien temprano. Salió convencido de que se volvería un hombre más libre, menos tenso y más saludable.
Luego de caminar seis cuadras, aquel hombre comenzó a preocupare: la ciudad estaba completamente desierta.