«El 11 de julio se enfrentaron dos proyectos de país»

Por Rodolfo Romero Reyes

Hace exactamente un año Luis Emilio salió a la calle. Ahora, cuando han transcurrido 12 meses conversa sobre lo que vivió aquella jornada. Hoy compartimos solo la primera parte de este diálogo.

«Ese día vi los videos de las protestas en San Antonio de los Baños a eso de las once de la mañana. Una manifestación por demandas ciudadanas, a secas, me hubiera parecido normal y hasta saludable —de hecho, mi activismo político se ha caracterizado por la reivindicación del papel del conflicto dentro de la Revolución—. Sin embargo, al ver que las consignas enarboladas eran las de Miami, comprendí que los vacíos de hegemonía acumulados habían permitido que el bloque pro-imperialista impregnara aquellas protestas con sus símbolos, sus métodos y sus salidas. De inmediato supe cuál sería mi posición en las calles de La Habana».

No me sorprende lo que dice Luis Emilio Aybar Toledo sobre reivindicar el conflicto dentro de la Revolución. De hecho, el «cartelito» de «conflictivo» se lo adjudicaron a él durante mucho tiempo cuando estudiaba en la facultad de Filosofía e Historia en la Universidad de La Habana. Sin embargo, él entiende que su posicionamiento el 11 de julio no es contradictorio con ese espíritu.

«Comencé a comunicarme con los compañeros más cercanos, del Proyecto Nuestra América, de La Tizza y del Centro Martin Luther King. Cuando ocurre el llamado del presidente, ya nosotros estábamos movilizados por iniciativa propia. No podía suceder que nadie saliera a defender a la Revolución y a la patria —que era lo que se estaba atacando, acéptenlo o no— y que los órganos policiales quedaran completamente acorralados, con todos los riesgos que eso implicaba para el manejo de los acontecimientos. Teníamos que estar ahí, con nuestra voz y nuestros cuerpos, para impedir que hicieran “leña con todo y la palma”, en un momento en que lo que hacía falta era sembrar. No íbamos a permitir que derrumbaran eso que ellos llaman “dictadura”». 

Como sociólogo, investigador del Instituto Juan Marinello, miembro de la Asociación Hermanos Saíz, educador popular y joven cubano de 35 años, Luis Emilio confiesa que la violencia nunca estuvo en su ánimo. «Más bien quedamos bastante vulnerables cuando, caminando hacia la masa congregada por los Comité de Defensa de la Revolución, la Central de Trabajadores de Cuba y otras organizaciones, nos cruzamos con el bando protestante lleno de rabia. Fue un día confuso y triste pero, a mi juicio, contribuyó a despertar esencias dormidas, y a retomar principios y métodos de trabajo que nunca debieron abandonarse». 

En sus tesis de licenciatura, había abordado una experiencia de movilización defensiva en un barrio de Marianao. Su día a día transcurre en el Cerro, a unas cuadras de la esquina de tejas. Para él la interacción con cubanas y cubanos de diversos sectores sociales no es algo ajeno. Por eso no solo participó en el 11 de julio, sino en las intensas jornadas que vinieron después.

«Los días posteriores trabajamos en tres direcciones: organizarnos y articularnos mejor por si ocurrían nuevas manifestaciones, participar o coordinar debates sobre el significado de los acontecimientos en el seno de organizaciones como la AHS, el PCC, la UJC —a las que pertenecemos—, y difundir nuestras visiones y propuestas para contribuir a lo que considerábamos la única manera de sobrevivir: pasar a la ofensiva creadora. Así surgieron varios editoriales de La Tizza, que cumplieron un importante papel, a nuestra escala, durante esos meses. “Tendremos que volver al futuro” —editorial— y “El día después no podrá ser el mismo” —de mi autoría— fueron los dos textos de La Tizza más leídos el año pasado. Salieron poco después del 11 de julio, los días 15 y 20 de ese mes, respectivamente. Demuestran la importancia de una actitud proactiva hacia el contexto, que demandaba visiones críticas desde la izquierda, como las que ahí cristalizan».

La interpretación de lo ocurrido los días 11 y 12 de julio para este colectivo se sintetiza de la siguiente manera: «los que salieron a protestar contra el Estado y el socialismo en Cuba eran pueblo, y actuaron como agentes de un programa que no era suyo; el enfrentamiento no fue solo con el Estado, sino entre dos partes del pueblo: una siente que ya no tiene nada que perder ni que ganar, y se ha rendido, y la otra no está dispuesta a renunciar a lo conquistado ni a los nuevos caminos por abrir, fue, por tanto, una disputa entre dos proyectos de país; las desigualdades y otras prácticas lesivas a la justicia social han producido una desconexión; reducir las causas a la guerra no convencional o a la “delincuencia” y la “marginalidad” induce a creer que solo estamos en presencia de un problema de seguridad del Estado o de mezquindad natural de un grupo social; si no reconocemos las deudas con los más humildes hacia lo interno de nuestra sociedad, nunca vamos a entender lo que ocurrió ese domingo».

El diagnóstico realizado en ambos textos incluyó la interpelación de prácticas acumuladas por el campo político revolucionario: «Lo sucedido ese 11 de julio también se explica porque los comunistas y revolucionarios no combatimos con suficiente fuerza y eficacia las prácticas nocivas del Estado, defendemos la unidad de una manera que en realidad la perjudica, nos conformamos con plantear las cosas en el lugar correcto aunque la solución no llegue, acompañamos acríticamente a los líderes en lugar de rectificar el camino y nos dejamos disciplinar cuando lo que toca es pensar y actuar con cabeza propia».
Los artículos de los que Luis Emilio hizo parte, no se quedan en el diagnóstico; entre las propuestas que plantean para tributar a salidas posibles, se encuentran:

-Regenerar el tejido social de esta Revolución que ha buscado ser de los humildes, por los humildes y para los humildes.

-Desterrar el vicio de huirle al conflicto, que luego explota en la cara. Asumir la contradicción, y liderarla.

-Ampliar las formas de democracia directa.

-Combatir con la fuerza popular a la contrarrevolución institucional, patente en fenómenos como la corrupción, el burocratismo, el autoritarismo y el privilegio.

-Tensar la cuerda desde abajo y a la izquierda (los descontentos e inconformes también estamos del lado de los que salimos aquel domingo a defender la patria). 

Otras preguntas a partir de…

¿Ha cambiado Cuba después del 11 de julio?

Alivia constatar, mirando las cosas desde hoy, que varias de estas líneas coinciden con los diagnósticos y los caminos enrumbados por la máxima dirección del país después del 11 de julio. No obstante, han resultado insuficientes los cambios, a juzgar por el hecho de que una parte significativa de la frustración popular se sigue expresando en un sentimiento opositor alineado con formas de legitimación de las alternativas capitalistas y pro-imperialistas. Existen posibilidades políticas no explotadas para solventar la crisis económica de una manera tal que los principios socialistas no pierdan validez en la conciencia popular, sino que, por el contrario, las personas se vean interpeladas y envueltas en prácticas transformadoras que desarrollen sus convicciones. Este ha sido siempre el núcleo de la hegemonía revolucionaria, de ahí que el problema principal del socialismo en Cuba sea, a mi juicio, de naturaleza política y cultural. En él radica, junto al bloqueo, la otra cara de las causas de la crisis económica, y la única vía para superarla sin traicionar la Revolución.

En este último año hemos visto surgir colectivos emergentes como Los pañuelos rojos, que han decidido posicionarse desde la izquierda. De hecho, tú acampaste junto a ellos en el Parque Central. ¿Qué crees de estas iniciativas?

Creo que es importante, en primera instancia, entender el fenómeno. En las últimas décadas en nuestro país han surgido colectivos y redes que comparten el horizonte socialista o tributan a él, conformando un espacio emergente que enriquece el tejido social revolucionario. Actúan en campos específicos, poco visibilizados o que necesitan de nuevas fuerzas al interior del país y utilizan concepciones y metodologías participativas en el trabajo político y social. Constituyen diversas expresiones localizadas que en muy pocos casos han logrado un alcance nacional en su organización.

A menudo, existe solapamiento entre ellas. Se desarrollan mediante el trabajo voluntario y autónomo de sus integrantes, la mayor parte de ellos en edades juveniles. Suelen adoptar visiones críticas más desenfadadas pero sostienen relaciones de cooperación y complementariedad con las instituciones estatales y organizaciones establecidas, no de antagonismo. En varios casos han ocurrido tensiones o incomprensiones. 

Existe una dialéctica de lo instituido y lo instituyente, por el dinamismo propio de la realidad social. Si lo establecido no ofrece suficiente cauce a los nuevos métodos, visiones y campos de acción que demanda el contexto, buscaran su espacio de desarrollo. Creo que estas experiencias no pueden vivir condenadas a cierta impermeabilidad institucional que padecemos. Por el contrario, deben tener la posibilidad de irradiar. En fechas recientes, se ha creado un foro llamado La comuna, a modo de interlocución con la Unión de Jóvenes Comunistas, que debiera contribuir en ese sentido.

¿Qué crees que estos colectivos emergentes podrían aportar a la institucionalidad revolucionaria?

Debido a una mayor autonomía, la innovación política ha sido un elemento central en nuestro trabajo. Por el mismo motivo, hemos podido dar respuesta rápida y creativa a problemas imprevistos, sin esperar por una orientación ni una orden. Agrupamos y organizamos a personas que, por su talento y alto nivel de compromiso revolucionario, permiten cualificar el trabajo, y pueden dotar de nuevos rostros y contenidos a la comunicación política. Hemos cultivado una conexión directa y desenfadada con la herejía que encarna la Revolución Cubana y sus símbolos.

Salvando las distancias, pues las organizaciones históricas cumplen un papel a nivel nacional e institucional que condiciona sus procedimientos, debemos lograr ese espíritu innovador y de iniciativa propia en sus bases, en un contexto dónde, a pesar de que se hacen llamados para que así sea, muchos militantes están vencidos por la inercia o por las trabas que representan determinadas estructuras.

Algunas de estas iniciativas han sido atacadas por personas, alegando que los discursos críticos de esos jóvenes no son revolucionarios o le hace «el juego al enemigo».

Hay tendencias hegemónicas que identifican mecánicamente la defensa de la Revolución con la defensa del Estado cubano. Piensan que cuando se dice ¡abajo el burocratismo!, ¡abajo la corrupción!, ¡abajo la desigualdad!, no significa ¡viva la Revolución! Olvidan que la Revolución es un proyecto, un sistema de valores y una fuerza social que incluye pero trasciende la institucionalidad construida. Esos principios, para ser coherentes, nos deben llevar a combatir todo lo que afecte los intereses del pueblo, y todo lo que impida el avance de la Revolución. Los comunistas y revolucionarios debemos liderar esa lucha.

¿Qué opinas de esos ataques en redes sociales que tienen lugar hoy entre fuerzas que se dicen revolucionarias?

No suelo detenerme en tales debates. Creo que habitualmente perdemos mucho tiempo equivocando el destinatario de los mensajes. En el trabajo, en mi barrio, en las publicaciones digitales, en un acto político o en la televisión, trato de ver las cosas con el prisma del pueblo, como pidiera Fidel, y actuar en consecuencia. Tengo la suerte de ser parte de ese pueblo. Eso lo facilita. Se trata de ser honesto con lo que llevas adentro.

Continuará…

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Personas cursis en peligro de extinción

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Panadero amateur

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Apellidos de periodistas

Por Nemo

Por estos días de celebraciones gremiales he reparado en la singularidad de nombres y apellidos de algunos periodistas cubanos. Detrás de su voz, de sus letras, se esconde un crédito, una firma que queda registrada en la mente de los públicos. Lo peculiar es que, a diferencia de otros escenarios donde basta un apodo o un nombre; en esta profesión resulta vital, al parecer, una buena combinación.

Algunas son tan efectivas que la mayoría podría percibir que no llevan ningún otro complemento en su carné de identidad: Talía González, Julio Acanda, Diana Valido, Rolando Segura, Cristina Escobar. Otros, por el contrario, han sido partidarios de combinaciones más largas: Fritz Suárez Silva, Wilmer Rodríguez Fernández. Y hay quienes han decido intencionalmente hacer omisiones y, por ejemplo, se quitan un Paulino (Darío Alejandro Escobar) o un Aymara (Yohana Lezcano).

Cuando el apellido es atípico también genera conflictos. Anisley Torres en más de una ocasión ha debido aclarar que a su Santesteban no le falta ninguna i. Una difícil pronunciación no obliga a su poseedor a desecharlo, al revés, se le puede sacar el provecho de ser único: Diana Rosa Schlachter, por ejemplo. Y si de autenticidad se trata, István Ojeda merece más de un lauro, aunque en este caso es por el nombre.

Incluso, con apellidos comunes las personas se trastocan. Leí del inolvidable Enrique Núñez Rodríguez la anécdota de cómo, en una ocasión, lo confundieron, y no solo de nombre, con Antonio Núñez Jiménez. Y comprobé como, aun cuando Guillermo Cabrera siempre aparecía con el Álvarez detrás, varios entretenidos lo confundían con cierto «infante».

Hay quien es inmune a esas confusiones y, por el contrario, tiene el privilegio de solo portar nombres propios, como el admiradísimo profesor Roger Santiago Ricardo Luis.

Cuando el asunto va de apodos, la cosa es más compleja. Personas allegadas que conocen de mi hermandad con El Licen, ignoran que José Gabriel Martínez es la misma persona. Recientemente mi amigo Charly Morales me solicitaba que él debía aparecer así, tal cual, en la cubierta de un libro porque a Carlos Morales lo conocían en realidad poquísimas personas.

Si se trata de un nombre de moda en el gremio, tiene que ir obligatoriamente acompañado. Y no solo pasa con las Claudia —que es un nombre popular— también con las Karina: del Valle, Marrón, Rodríguez, Sotomayor; o las Lisandra: Chaveco, Durán, Fariñas, Gómez, Sexto.

En cambio, otros colegas pasan a la historia casi anónimos. Recientemente en una entrevista en el programa humorístico «El motor de arranque» muchas personas escucharon por primera vez el nombre del conocidísimo comentarista deportivo Hernández Luján.

Si tu apellido tiene «competencia» puede acarrear malentendidos. Hace unas semanas, en Facebook, un usuario aseguraba que el director de Alma Mater era Omar Franco, a lo que otro intrépido, queriendo corregir el error asignado al conocido humorista, aparentemente lo rectificaba: «No, no, ese es Luis Franco». Y mientras, nuestro jefe Armando veía como ninguno de los dos daba pie con bola con su nombre real.

Esto de los apellidos también permite identificar si estamos en presencia de una familia de periodistas, aunque la técnica tiene cierto margen de error. Obviamente Ania Terrero es hija de Ariel Terrero y Lisandra Ronquillo, de nuestro presidente de la UPEC. Sin embargo, ¿no es similar el parentesco entre Alejandra García y Rosa Miriam Elizalde?

Nada, que hay que pensárselo dos veces antes de andar por ahí poniendo el nombre de uno. Recientemente supe que Abdiel firma con sus dos redundantes apellidos por una exigencia de tipo familiar-comunitaria, cuando algunos desentendidos pensaban que solo firmaba con uno de los Bermúdez porque deliberadamente quería eliminar de su registro el apellido de uno de sus dos padres.

En mi caso, debo confesar que firmo con el nombre completo, y no precisamente para presumir de las tres erres —que han derivado en seudos como Triple R o R al cubo—, sino para ser consecuente con el reclamo de mi tío. Hermano de mi mamá y fanático de sus sobrinos, la primera vez que publiqué una nota —en primer año de la carrera—, en vez de una felicitación, recibí un llamado «a lo cortico», casi en tono de regaño:

—Mire, compay, yo necesito que para la próxima usted exija en Granma que le pongan su segundo apellido, porque la gente aquí en Jaruco, cuando les enseño el periódico, y ven Rodolfo Romero, así, sin más nada, no tienen cómo saber que usted es mi sobrino, ¿me oyó?

Y desde entonces lo pongo en todo lo que escribo, para que mi tío, agricultor mayabequense por adopción, de vez en cuando, vea su apellido Reyes en la prensa cubana.

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Top ten de los despistes en Cuba

Por Nemo

Recién tuve en mis manos el manuscrito del libro Top ten de los despistes en Cuba, propuesta historiográfica que próximamente saldrá a la luz.

El volumen es resultado de una rigurosa investigación que aborda distintas distracciones de cubanas y cubanos a lo largo de todo el país. Cuenta con dos acápites, el primero de ellos relata los resultados de un grupo de discusión en el que participaron distintos especialistas de las ciencias sociales, en su mayoría psicólogos, donde caracterizaron a las personas despistadas. Los investigadores, incluso, enunciaron las causas probables de dicho mal, las cuales nada tienen que ver con traumas de la infancia o mediaciones escolares; «el despiste, en la mayoría de los casos —sentenciaron— tiene causas congénitas».

Esto último no resultó novedoso para mí. Muy de cerca tengo ejemplos. Mi amigo Yuset puede almorzar un filete de pechuga de pollo y, solo porque se lo sirvieron empanizado, asegurar, horas más tarde, que ha comido pescado frito. También es capaz de atravesar media ciudad en busca de su moto eléctrica que pernoctaba en un taller y, justo al llegar, descubrir que ha dejado la llave en la casa.

Yo mismo debo haber nacido con el mecanismo de la atención medio descompuesto. Dicen que mi padre, en sus tiempos mozos, era entretenido a más no poder; tal vez lo mío sea hereditario. Si salgo del comedor a la cocina a buscar una cuchara, basta con que alguien de la mesa me pida otra cosa, por ejemplo, un vaso con agua, para que olvide una de las dos, probablemente, la cuchara, por haber sido la primera. De personas como yo, alega la ciencia, somos incapaces de hacer dos cosas a la vez.

Pero volvamos al libro. En el segundo y último capítulo, sus autores enumeran los despistes más grandes de los que se conserva evidencia gráfica (de ahí que no figuren la «concretera» que supuestamente quedó encerrada en un cine pinareño o la barredora de nieve que algún entusiasta compró para usar en nuestro país hace ya varias décadas).

Para no adelantarles todo el libro, solo haré spoiler de dos sucesos que me resultan cercanos: uno, porque ocurrió en Puerto Padre, un municipio de Las Tunas al que me atan vínculos familiares, y el otro, porque clasifica como el colmo de los despistes.

En una moto un hombre llevaba como copiloto a su yerno. Al llegar al cruce de la línea del ferrocarril, el yerno, valorando lo irregular del trayecto y aprovechando la reducción de la velocidad, se apea de la moto, para facilitar el paso. Una vez rebasados los rieles, el hombre, creyendo que su yerno sigue con él, acelera y se pierde ante la vista del joven y de otro transeúnte, testigo del suceso. El muchacho, pensando que se trataba de una broma de su suegro, ni siquiera atinó a gritarle; empezó a preocuparse cuando vio que René —así se llamaba el motorista— se perdía en el horizonte. Cerca de un kilómetro y medio anduvo el despistado, hasta percatarse que iba solo. Al instante regresó en la búsqueda de su copiloto. Según le dijo a este, se dio cuenta de lo sucedido cuando notó que su yerno iba demasiado callado.

El otro despiste, con el que por cierto concluye el libro, tuvo lugar el día que un colega, egresado de nuestros centros universitarios, salía de una tienda con su esposa y sus dos hijas. Al llegar al auto, la mujer, antes de ocupar su puesto en el asiento delantero, monta a las niñas detrás y, cuando cierra la puerta, observa como su marido pisa el acelerador y abandona el lugar. Sorprendida primero, e indignada después al notar que ni él ni las pequeñas se han dado cuenta de lo ocurrido, toma su celular y lo llama enfurecida.

Pero, ¿qué ocurría dentro del vehículo? El chófer pensaba que su esposa había montado detrás con las niñas. Las pequeñas, entretenidas en sus juegos, estaban convencidas de que su mamá iba delante. El colmo es que, una vez que suena el celular, y nuestro amigo ve que es ella quien lo está llamando, sin ni siquiera mirar por el retrovisor, estira la mano, mostrando el teléfono, y sin quitar la vista del camino, dice:

—Mi vida, mira a ver que parece que, por equivocación, me estás timbrando.

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Para solteros

Por Nemo

«Pues sí, las mujeres seducen y tienen sus propias estrategias», así afirmó una de las especialistas que colaboran con nuestra revista cuando, en el pasado febrero, Alma Mater publicó el texto «Para solteras»; en el que se clasificaban a algunos hombres según sus maniobras para enamorar.

Ese primer texto, se pensó a modo de alerta para que ellas no se dejaran engatusar fácilmente y supieran identificar a sus diestros pretendientes. A partir de aquellas líneas, un grupo de investigadores integrado por seis mujeres y dos hombres, han indagado en las clasificaciones de ellas: las féminas con experiencia en el arte de la seducción.

Si en la entrega anterior alertamos a las solteras para que pudieran reconocer a hombres «soroa», «búhos» o «irremediablemente cursis»; es prudente alerta a los solteros para que no caigan ante determinados ardides de la seducción femenina.

La Shakira tropical: solo se deja ver, su cuerpo escultural hace que, sin bailarte el «waka waka», caigas tendido a sus pies.

La Magaly: se hace la dura.

La emoji: se la pasa todo el tiempo enviándote emoticones: corazones rojos, diablillos sonrientes, cachetes sonrojados, todo lo que en materia semiótica indicaría que está decidida a cualquier cosa por ti. Ojo, un paso en falso, y todo termina. Si decide echarte a un lado, se hace la ingenua: «yo solo los ponía porque me parecían muñequitos divertidos».

La directa: te desarma cuando ante un piropo o frase lisonjera suele ir directo al grano. Por ejemplo, ante la típica frase: «¡Ay!, ¿quién pudiera besar esos labios?»; te responde: «No lo has hecho porque no has querido».

La diabla puritana: aparenta ser un ángel caído del cielo, atrae a los hombres con su dulce apariencia, haciéndoles creer que están conociendo a la futura madre de sus hijos.

La increíblemente soltera: es aquella cuya belleza, inteligencia, entre otros atributos, hacen que nadie se explique por qué esta soltera. Generalmente, no lo está, pero prefiere las cosas discretas, y es diestra en el arte de la compartimentación.

La cafetera: presume de su facilidad para seducir a los hombres, afirma que los tiene «comiendo de su mano», supuestamente les propone a sus víctimas desafíos candentes, sin embargo, a la hora de la verdad: calienta, pero no cuela.

La plagiosexual social media: pasa su vida posteando fotos retocadas, empinando lo que tiene y lo que no, subiendo historias, exhibiendo su cuerpo semidesnudo en las redes sociales para recibir respuesta de cuanto macho alfa pecho-peludo-espalda-plateada deambule por esos ciber-lares. Sus publicaciones vienen acompañadas de una frase motivacional, psicológica, filosófica, astrológica o estrambótica, todo depende de la pose en la foto. Siempre se muestra atrevida, intrépida, pirimpimpética; es la Indiana Jones del chateo intenso.

La stalkeadora: se conecta a Facebook, busca tu perfil y le da «Me gusta» a 40 fotos tuyas en cuestión de unos minutos, es consciente de que las notificaciones te avisarán de que, evidentemente, ella está «puesta pa´ tu cartón». Espera un par de días y, si no muerdes el anzuelo y le mandas una solicitud, ella lo hace. Si la aceptas, verás que, en unos minutos, aparece por tu chat en modo: «Hola, ¿estás?».

La forense: te investiga previamente, por eso, cuando se lanza, ya sabe todo de ti. Si notas que te escucha con atención y te hace las preguntas más inteligentes que te han hecho, es porque conoce cada una de las respuestas. Suele ser muy metódica, y su average en estas lides es de los más altos. También son solidarias y altruistas, si una amiga está conociendo a alguien, ellas averiguan todo acerca del pretendiente en cuestión, y lo hacen gratis.

La compartida aparentemente indecisa: (toma parte de su nombre de una canción de Pablo Milanés). Tiene pareja, no obstante, te seduce, incluso se esfuerza por hacerte creer que eres tú quien la ha seducido. Parte de su estrategia es complejizar el panorama: de ahí que te repita hasta el cansancio: «esto está mal, no podemos hacerlo más», «me siento culpable», «bueno, está bien, pero que sea la última vez».

La «stand up comedy»: te hace reír hasta que olvidas todo; un chiste en vivo, un meme por WhatsApp, una buena dosis de sarcasmo, una dosis de ironía, una intertextualidad simpática y ya crees que nacieron el uno para el otro.

La mecánica-carpintera: sabe arreglar el chucho de ventiladores y radios (aunque los llame así: chuchos), abrir huecos en la pared con un taladro, usar un martillo. Aunque tiene un efecto positivo en algunos hombres, otros salen corriendo ante tales evidentes muestras de superioridad y empoderamiento.

La novelista: no se muestra de un inicio tal y como es; en cambio, en cada conversación desliza minicrónicas de vida en la que te cuenta su historia y deja en claro sus formas de pensar.

La contratendencias: aunque tiene un cuerpo muy atractivo, no se vale de un short o un vestido apretadito. Prefiere vestidos largos y anchos, los que por el efecto del aire, o al sentarse, dejan entrever un poco más. Lo denomina: el efecto «ultra mega plus».

La repartera retro: Ni aunque le confieses que tú estás «como guanábana para champola», ella no te enseñará su pudín si antes no ve y evalúa la calidad de tu guaripola.

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Para solteras

Por Nemo

Febrero suele ser un mes en el que el amor se vuelve el centro de las cosas. Escudados en el día de San Valentín, las cercanías al día 14 provocan reflexiones personales, metas y detalles compartidos entre dos, entre tres, y hasta teorizaciones grupales. Fruto de esto último, llegó a mis manos un manuscrito titulado «Catálogo de casanovas». El texto, aunque se confeccionó en un grupo donde las voces estaban divididas entre mujeres y hombres, se centra específicamente en dilucidar disímiles estrategias que usamos los varones para enamorar.

Al parecer sus autores y autoras, conscientes que podían ser acusados por manifestar actitudes sexistas, decidieron explicar en dos párrafos introductorios por qué este primer acercamiento se centra solo en representantes del mal llamado «sexo fuerte», y anunciaron un próximo título dedicado a describir este comportamiento en algunas mujeres.

Por el momento, y mediante un análisis historiográfico, explican que ha sido el patriarcado el principal responsable de que los hombres deban protagonizar la acción de enamorar, y que las mujeres han sido situadas por la sociedad en un rol más pasivo. Menciona que han existido y existen mujeres que se lanzan, que conquistan (ojo, este es un verbo colonizador también), que enamoran o —más coloquial— que «echan pila». Sin embargo, este primer acercamiento es, y así lo dice en su dedicatoria, «para mujeres solteras», pues describe rutinas y metodologías que, si bien aplican para cualquier persona, quienes firman el texto las han apreciado fundamentalmente en hombres.

Compartimos acá, el acápite 2, en el que se describen las distintas estrategias de estos pretendientes; así ellas pueden reconocerlos fácilmente y atenerse a las consecuencias.

El Soroa: no se inventa una primera cita si no dispone de dos copas, unas velas y una botella de vino. Se cree que esa es la clave del éxito.

El rebelde: chico contestatario, vive contra las normas de todos —incluyendo sus propias normas—. Te propone una vida libre, sin ataduras, donde se prepondera el placer y todo es permitido. Siempre viste a la moda, aunque para algunos su atuendo pudiera resultar un tanto transgresor.

El Cristiano Ronaldo: clásico figurín, aunque no por ello deja de ser talentoso. Considera que sus bíceps, tríceps y cuadritos del abdomen son las «armas letales». De ahí que su estrategia consiste en dejarse mostrar, de ser posible sin camisa en unas de sus rutinas deportivas.

El bohemio: no tiene que saber tocar guitarra, pero, si sabe, lleva papeletas extras de triunfo. Su filosofía de vida se parece un tanto al rebelde, pero vive en un tono más pausado. Suele ser descuidado en la forma de vestirse y de peinarse.

El Flipper: no necesariamente es lindo como los delfines, aunque sí se la pasa riéndose. Todo el tiempo hace chistes, colecciona «memes», por sus poros literalmente transpira alegría. No garantiza ser un buen amante, pero sí una persona divertida. Con él nunca te aburrirás, ni siquiera un domingo por la tarde.

El telegrama: muchacho de pocas palabras. Para conocer si realmente está interesado en ti, tienes que leer entre líneas e intentar descifrar todo lo que encierra su mundo interior.

El Especialista B en transporte público: seduce mientras coincide contigo en la cola de la guagua o ya subidos en ella. Confiado en las largas esperas, es un enamorado que se toma su tiempo; a diferencia del Especialista A, a quien le basta dos o tres paradas para lograr su propósito, y le da igual que sea a bordo de un taxi rutero o de un almendrón. 

El calculador: todo lo planifica, sin dejar nada al destino. Suele aparecer en momentos en que, por algún motivo, te sabe vulnerable. De ahí que te ofrezca, siempre de una forma muy subliminar, todo lo que en ese momento necesitas. Es en extremo peligroso.

El feminista aprovechado: para nada es un auténtico defensor de la equidad de género. Solo se aprovecha del rechazo generalizado hacia el machismo para venderse como el hombre que hace de todo en la casa y que cree en la justicia plena. Si lo eliges tu vida cambiará, dice.

El búho: amante a la nocturnidad. Tiene diversos temas de conversación. Su campo de acción nunca serán las fiestas ruidosas; prefiere una locación tranquila para actuar. Si se te ocurre pasar toda una noche conversando con él, es probable que logre «atraparte» justo antes del amanecer.

El «DTI»: basta con que le digas tu nombre para que te encuentre en Facebook, averigüe tu número de teléfono, te escriba por WhatsApp, te envíe un mensaje socarrón el día de tu cumpleaños, descubra tu dirección particular y te mande rosas el 14 de febrero.

El irremediablemente cursi: domina todo un repertorio musical: Noelia, Álvaro Torres, el inigualable Ricardo Arjona. Tiene un arsenal de frases pasadas de moda. Y, aunque ya no los usa, pues datan de sus conquistas adolescentes, recuerda muchos versos de José Ángel Buesa.   

El V.I.P.: su lugar de acecho son los bares modernos. Intenta nunca lanzarse; de hecho espera que sean ellas las que «seducidas por su glamour» avancen hacia lo que el mismo denomina: «la trampa mortal». Usualmente tiene algún medio de transporte que ofrece garantías para lo que será una noche cómoda y placentera.

El «sapiensudo»: abruma con tanta inteligencia. Tiene la habilidad de, en apenas dos oraciones, mencionar tres libros que ha leído, hacer referencia a algún científico o músico famoso, y dejar caer alguna frasecilla en latín. Generalmente también son buenos «infladores», de ahí que aparentan saber más de lo que ya saben.

El 2.0: personalmente es aburrido, pero cuando lo abordas por el chat es creativo, intenso, atrevido. Te propone retos. En caso de que te pida que le envíes fotos sexys, asegura que las borrará inmediatamente, algo que muy rara vez sucede.

El Covid-19: llega a tu vida porque es contacto, de un contacto, de un contacto de alguien a quien conociste en una fiesta. Va por la vida propagando su amor a diestra y siniestra. Se cree un conquistador y presume de sus víctimas. Mujer soberana que se respete, lo mantiene a raya para siempre.

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Réquiem por Magaly

Por Nemo

Enero. Cuba. Año 2121

Estamos inmersos en las celebraciones con motivo del centenario de un suceso histórico ocurrido a inicios de la década de los años veinte — del pasado siglo XXI — ,el momento trascendental en que Magaly pasó a ocupar un lugar imborrable en el imaginario popular cubano.

Si Mariana, la de Silvio, quiso ser canción, la Maga en realidad no aspiraba a tanto. Fueron la rueda de la vida, las vicisitudes del destino y los planes previos al suceso de reordenamiento económico los que conspiraron para que esta mujer trascendiera de la forma en que lo hizo.

Según narran los libros de historia moderna, los orígenes del fenómeno Magaly estuvieron en el ambiente urbano gracias al «esfuerzo creativo» de DJ Unic y WowPopy. Sin embargo, sería la impronta de Yomil la que, con su incursión en el remix, volvería viral a la susodicha muchacha, que devino en símbolo de la «mujer duraka».

Su principal y único estribillo (por no decir que prácticamente representa el 80% de la letra de la canción) decía: «Si una puerta se me cierra, otra puerta se me abre. ¡Dura Magaly! ¡Ay, por tu madre!».

Cuentan que por aquellos días en esta isla caribeña, Magaly logró propagarse más que la COVID-19. Algunos investigadores subrayan que la mítica mujer llegó a estar más dura que Durán, lo cual es mucho decir.

El éxito de la Maga estuvo asociado también al auge de las narrativas transmedia. Por eso, aunque su historia inicial transcurría en los marcos estrechísimos de la mencionada canción, otras historias complementarias aparecieron en formatos impresos, audiovisuales e incluso, hipermediales.

La revista Somos Jóvenes publicó un comentario que indagaba en el origen del hit. En tanto, otras publicaciones más faranduleras intentaron, infructuosamente, descubrir la verdadera identidad de la enigmática mujer que había inspirado a los reguetoneros.

Por aquellas semanas en los circuitos de cine, se estrenó la película Retrato de Magaly que, al ser una versión libre del tema musical, narraba las peripecias de una joven campesina que emigraba a la ciudad en busca de mejoras económicas. Su llegada a la capital la llevaba a transitar de alquiler en alquiler, sortear ofertas laborales lo mismo en el ámbito estatal presupuestado que en el sector cuentapropista, y conocer a pintorescos personajes del entorno urbano.

En las redes sociales de Internet fue donde la muchacha alcanzó la cúspide de su ascenso popular. La frase, descontextualizada, servía lo mismo para calificar la postura de determinada funcionaria pública que para cronicar algún suceso del entorno familiar.

Vale aclarar que la dureza de Magaly podía estar relacionada con conceptos diversos: un físico tonificado, una foto con swing, una frase contundente, una persona intransigente o alguien que impone respeto. ¡Dura Magaly! servía lo mismo para elogiar que para insultar (algo similar a lo que ocurrió con la palabra «final», que en ese mismo periodo histórico gozó de múltiples significados).

La Maga condicionó un punto de desencuentro generacional. Una joven de la época dejaba constancia de ello en su perfil de Facebook: «Yo (cantando): Dura Magaly. Mi mamá: ¿quién es Magaly? Yo: No estás lista para esta conversación».

Su estribillo, además, resultó versionado en más de una ocasión en sintonía con la situación epidemiológica del momento: «Cuando una fase se te cierra, otra fase se te abre. ¡Ay, fase 1! ¡Ay, por tu fase!». Además, logró formar parte del argot callejero. Un «Dura, Magaly» en plena avenida servía para resaltar la belleza de una persona, o para opinar sobre determinada situación (como los precios iniciales que, una vez iniciado el reordenamiento, tuvo la heladería Coppelia). También como piropo callejero tuvo gran popularidad; incluso, en su versión reducida; bastaba con decir: ¡Magaly!

Testimonios recogidos en la prensa del momento, afirman que su trascendencia alcanzó incluso matices políticos de tipo contestatario, cuando en una de las vallas de la ciudad en la que se alzaba el mensaje: «La historia será dura con quienes…», alguien dibujó en grafiti: «Perdón, dura es Magaly».

Sin embargo, la fama de Magaly un buen día se esfumó, como le suele suceder a los mitos urbanos. Las nuevas generaciones desconocen que existió una Oficina Secreta; casi nadie recuerda «El palón divino», y son muy pocos los que saben, a ciencia cierta, lo que significaba en aquella época que te acusaran de ser «una canchanfleta».

Por eso hoy develamos esta tarja como digno homenaje a una de las mujeres más durakas de esos tiempos. Y lo hacemos dejando, en mármol impreso, las palabras de otro de sus contemporáneos, capaz de resumir en unos versos, el sentir de toda una nación: «Aunque vivas donde vivas, / en Moscú, en Quito o en Cali, / quien no conoció a Magaly, / no sabe lo que es la vida».

Tomado de revista Alma Mater.

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